Gregorio "Goyo" Cardenas
Goyo Cárdenas
"A mi me examinaron como 48 o 50 médicos... unos señalaron esquizofrenia, otros una psicopatía, otros diferentes tipos de epilepsias, otros debilidad mental a nivel profundo. Otros paranoia. Sí como no". Gregorio "Goyo" Cardenas
En 1942, la sociedad mexicana se vio conmocionada por una serie de crímenes cometidos por un físico de 26 años, estudiante de un posgrado en ciencias químicas, y trajo a colación el tema de la pena de muerte. Gregorio (“Goyo”) Cárdenas Hernández, bautizado de inmediato por los medios de comunicación como “El Estrangulador de Tacuba”, asesinó a cuatro jóvenes, entre ellas su novia, de 17 años de edad, profanó los cadáveres y luego los enterró en el jardín de su casa, que aún existe, abandonada y en ruinas, en la calle de Mar del Norte, en el Distrito Federal.
En el cuadro clínico de Cardenas, “se advierten en los antecedentes hereditarios –dijo el doctor Lafora– ...evidentes signos patógenos. Tanto en la línea materna como en la paterna existen detalles susceptibles de acusar una herencia enfermiza. El padre de Gregorio sufrió de jaquecas hasta los treinta y un años, hecho que debe ser tomado en consideración por la circunstancia de haber persistido hasta tal edad”. En la línea materna, el doctor Lafora logró obtener datos que fijan como explosivo el tipo temperamental de la abuela del sujeto. Debe agregarse a esto la circunstancia de padecimientos epilépticos en dos de las hermanas de Gregorio, así como el detalle de la enuresis (orinarse en la cama) del propio criminal, que sufrió dicho fenómeno hasta los dieciocho años de edad, unido a los clásicos pavores nocturnos. Cárdenas Hernández padeció siempre de pesadillas angustiosas, cefaleas y vértigos, y durante su vida consultó con frecuencia a numerosos médicos. En los últimos meses sufría reacciones depresivas, mientras por otra parte llevaba una vida de trabajo activo y aparentemente normal.
Según narra un condiscípulo de Gregorio Cárdenas, en cierta ocasión hubo de parte de los demás compañeros del criminal una especie de protesta en su contra, protesta hiriente y con vías de hecho, a causa de determinados apuntes de clase. La reacción de Gregorio Cárdenas fue de timidez y apocamiento, lo cual hizo a sus compañeros juzgarlo más bien como un cobarde. Otra característica de Gregorio, que según el doctor Lafora puede clasificarlo entre los tipos llamados económicos, era su poco desprendimiento con respecto al dinero. Hacia las mujeres públicas con quienes tenía relaciones, adoptaba un trato que distaba mucho de la generosidad, y el automóvil que tenía lo usaba en ocasiones como vehículo de ruleteo, para allegarse algunos fondos.
La vida sexual de Gregorio Cárdenas se inicia a los once años, con las manifestaciones narcisistas habituales, sin ninguna tendencia hacia la pederastia o el incesto. A la edad de dieciocho años comienza a frecuentar prostitutas, llegando a padecer algunas enfermedades venéreas, en una de las cuales se descubre la existencia del treponema pálido, sin que el tratamiento de la enfermedad se condujera en forma enérgica. En 1940 entra en relaciones con Virginia Leal, a quien conoce en un baile y después hace su amante. Virginia, después de un corto espacio de tiempo, lo abandona, hecho que Gregorio consigna en su diario. Parece ser que esta decepción amorosa le crea ciertas inclinaciones hacia el resentimiento y el rencor, en contra de las mujeres. Más tarde conoce a Gabina González, a quien posee sin haberse casado, por lo cual la familia de ella recurre a los tribunales para obligarlo a contraer matrimonio. Después de una corta temporada matrimonial, Gregorio se divorcia, acusando de infidelidad a su esposa. En el intervalo que sigue y hasta sus relaciones con Graciela, frecuenta a meseras de restaurantes y cabarets. Los amores de Gregorio Cárdenas con Graciela Arias arrojan datos de sumo interés, para la fijación de la personalidad del criminal. Graciela, en efecto, representa un hecho nuevo en la vida de Gregorio.
Pala que se asocia a los enterramientos de las victimas del asesino de tacuba
Continuamente se siente acosado por los celos en relación con Graciela; el temperamento de ella lo desquicia, ya que con frecuencia tienen choques. En cierta ocasión en que Graciela habla por teléfono, Gregorio la increpa acerca de con quién se encuentra hablando, a lo cual Graciela replica vivamente que, si le interesa saberlo, investigue, respuesta que produce extraordinaria desazón en Cárdenas Hernández. Justamente antes de estrangular a Graciela, el homicida tiene una escena de celos con ella, después de la cual sufre el acceso de epilepsia durante el cual mata a la muchacha.
La actitud de Gregorio con respecto a los animales es particularmente sintomática. Por ellos siente una especial ternura y delicadeza. Durante algún tiempo mantiene relaciones con una muchacha, de apellido Romero, quien, según Gregorio, le profesaba extraordinario cariño. La joven lo visitaba en la casa de Mar del Norte, donde Gregorio tenía un conejillo que usaba como animal de experimentación. Muerto accidentalmente el conejillo, entre la muchacha y Gregorio le dan sepultura, encontrándose ya tres de las víctimas enterradas en el jardín, buscando precisamente el lugar más opuesto a donde yacían las mujeres estranguladas por el criminal. “Por un momento –confiesa Gregorio Cárdenas Hernández al doctor Lafora– tuve el deseo de poseer por la fuerza a la muchacha, para estrangularla después”. No obstante, por quién sabe qué razones, el criminal se domina y no hace nada en contra de la joven. “El impulso homicida de Gregorio Cárdenas –afirma el doctor Lafora– no surge en todo momento. Su vida amorosa obedece siempre a impulsos sentimentales.
Fue descubierto, capturado y condenado a la pena máxima que dictan las leyes de México, 40 años de prisión, en la cárcel de Lecumberri, donde se le confinó en el pabellón psiquiátrico.
Cárdenas decía que había enloquecido por el exceso de trabajo y estudio, pero que en un par de años había vuelto a la normalidad. Pidió su traslado al área penal, que se le negó durante 14 años. Un día escapó del pabellón psiquiátrico y se entregó con la condición de que se le pusiera con los demás presos; lo logró, con la ayuda del mítico criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, que lo había detenido.
Quiroz Cuarón lo ayudó a que estudiara derecho, y el joven científico se tituló con honores en prisión con un objetivo claro: lograr una reducción significativa de su condena. Fue en vano: debió cumplir 35 años de prisión. Sin embargo, utilizó sus conocimientos para, durante ese tiempo, sacar de la cárcel a inocentes, lograr la revisión de casos, libertades condicionales y todo lo que los abogados de oficio no podían o no deseaban resolver; sus clientes eran gente muy pobre.
En 1977, cuando salió de prisión, Cárdenas instaló un despacho legal cerca de Lecumberri, en la calle del mismo nombre, y siguió allí incluso después de que la cárcel desapareciera y se convirtiera en el Archivo General de la Nación. Trabajaba por lo que pudieran pagarle sus clientes, y casi hasta su muerte, ocurrida en 1999, a los 82 años de edad, siguió llevando casos, hasta el grado de convertirse en una leyenda y casi en un héroe popular.
A principios de los ochenta, Goyo Cárdenas fue convocado a una reunión plenaria del Congreso de la Unión y homenajeado y ovacionado de pie por los diputados y senadores. Aun ahora se acusa a los congresistas de haber cometido un acto infame: ¿cómo olvidar que reconocían a un asesino serial? Pero algo parece cierto: si el ideal de un sistema judicial es la rehabilitación de los reos, Cárdenas es un ejemplo claro de que es posible. Don Pablo Vásquez, el empleado más antiguo de la Asamblea, echa un rutinario vistazo al diario.
En 1942, la sociedad mexicana se vio conmocionada por una serie de crímenes cometidos por un físico de 26 años, estudiante de un posgrado en ciencias químicas, y trajo a colación el tema de la pena de muerte. Gregorio (“Goyo”) Cárdenas Hernández, bautizado de inmediato por los medios de comunicación como “El Estrangulador de Tacuba”, asesinó a cuatro jóvenes, entre ellas su novia, de 17 años de edad, profanó los cadáveres y luego los enterró en el jardín de su casa, que aún existe, abandonada y en ruinas, en la calle de Mar del Norte, en el Distrito Federal.
En el cuadro clínico de Cardenas, “se advierten en los antecedentes hereditarios –dijo el doctor Lafora– ...evidentes signos patógenos. Tanto en la línea materna como en la paterna existen detalles susceptibles de acusar una herencia enfermiza. El padre de Gregorio sufrió de jaquecas hasta los treinta y un años, hecho que debe ser tomado en consideración por la circunstancia de haber persistido hasta tal edad”. En la línea materna, el doctor Lafora logró obtener datos que fijan como explosivo el tipo temperamental de la abuela del sujeto. Debe agregarse a esto la circunstancia de padecimientos epilépticos en dos de las hermanas de Gregorio, así como el detalle de la enuresis (orinarse en la cama) del propio criminal, que sufrió dicho fenómeno hasta los dieciocho años de edad, unido a los clásicos pavores nocturnos. Cárdenas Hernández padeció siempre de pesadillas angustiosas, cefaleas y vértigos, y durante su vida consultó con frecuencia a numerosos médicos. En los últimos meses sufría reacciones depresivas, mientras por otra parte llevaba una vida de trabajo activo y aparentemente normal.
Según narra un condiscípulo de Gregorio Cárdenas, en cierta ocasión hubo de parte de los demás compañeros del criminal una especie de protesta en su contra, protesta hiriente y con vías de hecho, a causa de determinados apuntes de clase. La reacción de Gregorio Cárdenas fue de timidez y apocamiento, lo cual hizo a sus compañeros juzgarlo más bien como un cobarde. Otra característica de Gregorio, que según el doctor Lafora puede clasificarlo entre los tipos llamados económicos, era su poco desprendimiento con respecto al dinero. Hacia las mujeres públicas con quienes tenía relaciones, adoptaba un trato que distaba mucho de la generosidad, y el automóvil que tenía lo usaba en ocasiones como vehículo de ruleteo, para allegarse algunos fondos.
La vida sexual de Gregorio Cárdenas se inicia a los once años, con las manifestaciones narcisistas habituales, sin ninguna tendencia hacia la pederastia o el incesto. A la edad de dieciocho años comienza a frecuentar prostitutas, llegando a padecer algunas enfermedades venéreas, en una de las cuales se descubre la existencia del treponema pálido, sin que el tratamiento de la enfermedad se condujera en forma enérgica. En 1940 entra en relaciones con Virginia Leal, a quien conoce en un baile y después hace su amante. Virginia, después de un corto espacio de tiempo, lo abandona, hecho que Gregorio consigna en su diario. Parece ser que esta decepción amorosa le crea ciertas inclinaciones hacia el resentimiento y el rencor, en contra de las mujeres. Más tarde conoce a Gabina González, a quien posee sin haberse casado, por lo cual la familia de ella recurre a los tribunales para obligarlo a contraer matrimonio. Después de una corta temporada matrimonial, Gregorio se divorcia, acusando de infidelidad a su esposa. En el intervalo que sigue y hasta sus relaciones con Graciela, frecuenta a meseras de restaurantes y cabarets. Los amores de Gregorio Cárdenas con Graciela Arias arrojan datos de sumo interés, para la fijación de la personalidad del criminal. Graciela, en efecto, representa un hecho nuevo en la vida de Gregorio.
Pala que se asocia a los enterramientos de las victimas del asesino de tacuba
Continuamente se siente acosado por los celos en relación con Graciela; el temperamento de ella lo desquicia, ya que con frecuencia tienen choques. En cierta ocasión en que Graciela habla por teléfono, Gregorio la increpa acerca de con quién se encuentra hablando, a lo cual Graciela replica vivamente que, si le interesa saberlo, investigue, respuesta que produce extraordinaria desazón en Cárdenas Hernández. Justamente antes de estrangular a Graciela, el homicida tiene una escena de celos con ella, después de la cual sufre el acceso de epilepsia durante el cual mata a la muchacha.
La actitud de Gregorio con respecto a los animales es particularmente sintomática. Por ellos siente una especial ternura y delicadeza. Durante algún tiempo mantiene relaciones con una muchacha, de apellido Romero, quien, según Gregorio, le profesaba extraordinario cariño. La joven lo visitaba en la casa de Mar del Norte, donde Gregorio tenía un conejillo que usaba como animal de experimentación. Muerto accidentalmente el conejillo, entre la muchacha y Gregorio le dan sepultura, encontrándose ya tres de las víctimas enterradas en el jardín, buscando precisamente el lugar más opuesto a donde yacían las mujeres estranguladas por el criminal. “Por un momento –confiesa Gregorio Cárdenas Hernández al doctor Lafora– tuve el deseo de poseer por la fuerza a la muchacha, para estrangularla después”. No obstante, por quién sabe qué razones, el criminal se domina y no hace nada en contra de la joven. “El impulso homicida de Gregorio Cárdenas –afirma el doctor Lafora– no surge en todo momento. Su vida amorosa obedece siempre a impulsos sentimentales.
Fue descubierto, capturado y condenado a la pena máxima que dictan las leyes de México, 40 años de prisión, en la cárcel de Lecumberri, donde se le confinó en el pabellón psiquiátrico.
Cárdenas decía que había enloquecido por el exceso de trabajo y estudio, pero que en un par de años había vuelto a la normalidad. Pidió su traslado al área penal, que se le negó durante 14 años. Un día escapó del pabellón psiquiátrico y se entregó con la condición de que se le pusiera con los demás presos; lo logró, con la ayuda del mítico criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, que lo había detenido.
Quiroz Cuarón lo ayudó a que estudiara derecho, y el joven científico se tituló con honores en prisión con un objetivo claro: lograr una reducción significativa de su condena. Fue en vano: debió cumplir 35 años de prisión. Sin embargo, utilizó sus conocimientos para, durante ese tiempo, sacar de la cárcel a inocentes, lograr la revisión de casos, libertades condicionales y todo lo que los abogados de oficio no podían o no deseaban resolver; sus clientes eran gente muy pobre.
En 1977, cuando salió de prisión, Cárdenas instaló un despacho legal cerca de Lecumberri, en la calle del mismo nombre, y siguió allí incluso después de que la cárcel desapareciera y se convirtiera en el Archivo General de la Nación. Trabajaba por lo que pudieran pagarle sus clientes, y casi hasta su muerte, ocurrida en 1999, a los 82 años de edad, siguió llevando casos, hasta el grado de convertirse en una leyenda y casi en un héroe popular.
A principios de los ochenta, Goyo Cárdenas fue convocado a una reunión plenaria del Congreso de la Unión y homenajeado y ovacionado de pie por los diputados y senadores. Aun ahora se acusa a los congresistas de haber cometido un acto infame: ¿cómo olvidar que reconocían a un asesino serial? Pero algo parece cierto: si el ideal de un sistema judicial es la rehabilitación de los reos, Cárdenas es un ejemplo claro de que es posible. Don Pablo Vásquez, el empleado más antiguo de la Asamblea, echa un rutinario vistazo al diario.
Fuentes:
http://www.garciaalonso.com.ar/de_interes/recursos/goyo_cardenas.htm
"HOMICIDIOS SERIALES" DANIEL SILVA – RAÚL TORRE
Internet
Hemeroteca Nacional.
Las 12:07 y Sereno
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